También observan el comportamiento de parientes, autoridades, policía,
religiosos, políticos y de la forma como actúan aprenderán el respeto o el
escepticismo. En su colegio comprueban si sus opiniones tienen valor o son
ignoradas a pesar de que los invitan a participar en los organismos de
gobierno escolar. Son invitados a foros y discusiones sobre temas muy
importantes para ellos, pero sus opiniones y sugerencias son desechadas
porque no coinciden con lo que buscan quienes tienen más poder en la toma de
decisiones.
Así, paso a paso, se van configurando maneras de vivir y pensar,
valoraciones sobre la verdad y la mentira, compromiso con los intereses
colectivos o desinterés por lo que ocurre en sus comunidades, seguridades en
torno a las autoridades o desconfianzas que a lo largo de la vida se
expresan en una falta de solidaridad generalizada y una tendencia permanente
a saltarse las normas que regulan la sociedad. Al observar a los adultos,
adquieren su propia visión sobre el manejo y cuidado de los recursos y
bienes públicos, sobre la forma de ejercer la autoridad, sobre el valor del
conocimiento y el valor de intrigar ante los que tienen el poder. Los niños
y jóvenes ven más de lo que se pretende enseñar en el salón de clase sobre
la democracia y la ciudadanía, y aprenden más en la calle y en los
noticieros que en las cátedras.
El 4 de febrero, jóvenes escolares y universitarios hicieron parte de una
gran lección de ciudadanía, promoviendo activamente la marcha contra la
violencia de una guerrilla torpe que no logra distinguir entre ideales de
justicia social y los niveles más degradados de crueldad e irrespeto por el
ser humano. Por fin fueron parte de esta sociedad que repudia semejante
deterioro moral. Lo mismo deberá ocurrir el próximo 6 de marzo, cuando
acompañaremos a las víctimas de todas las formas de violencia, en especial
las generadas por los paramilitares y todos los agentes sociales que han
sido sus cómplices. Es de esperar que no solo los estudiantes de
instituciones públicas salgan a la calle a manifestar su indignación, sino
que una vez más los alumnos de entidades privadas puedan ser parte de este
repudio colectivo.
Protestar contra la indiferencia, contra el crimen, contra el abuso del
poder, contra el desplazamiento de los débiles, contra la corrupción y
degradación de políticos que se amparan en masacres y extorsiones, es una
forma de educar a un ciudadano exigente y solidario. Pero, además, es un
camino para fortalecer una cultura capaz de expresarse con libertad e
independencia, frente a grupos de poder que quieren mantener siempre el
control del sentimiento colectivo.
Cuando se está en medio de un inmenso río humano que colma las calles es
inevitable experimentar la emoción de compartir unos valores comunes que
reclaman paz, convivencia y humanidad. Estar en calles y plazas que se
llenan es darle sentido al espacio público, como lugar de los propósitos
comunes, sin necesidad de la voz del líder o la orden del poderoso. Todos
estos son caminos para educar, para construir comunidad, para fortalecer un
sentido de pertenencia. Se aprende a participar cuando se tiene oportunidad
de ser parte de algo: de un pueblo, de unos ideales, de un país. Por esto es
importante que acompañemos a nuestros niños y jóvenes no sólo a manifestar
su rechazo a la violencia, sino a reflexionar sobre lo que significan estas
expresiones colectivas.
frcajiao@yahoo.com
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